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martes, 1 de marzo de 2016

La dureza de los Cuidados Paliativos

Recuerdo mucho, cuando pienso en esto, una frase de Salvador Casado (que no podré poner en pie tal cual) que decía algo así como que los médicos de familia somos especialistas en lo frecuente (y conocedores de lo infrecuente); y qué hay tan frecuente como la muerte.

La inexorable.

Pero es duro presenciarla, convivir con el dolor de la familia, que intentas paliar, a la vez que el sufrimiento de tu paciente.
Es muy duro. Intentas no pasarlo mal, pero es inevitable un grado de implicación, que es mayor o menor según diferentes factores: cuánto conocías antes a la persona y a la familia, la duración del proceso terminal, la intensidad del mismo en síntomas...

Es satisfactorio cuando crees que lo has hecho bien. Que has dado a esa persona y a su familia lo mejor que podías en sus circunstancias. Otras veces, aun habiéndolo intentado, te queda un pellizquito de frustración si te hubiera gustado que las cosas hubieran sido de otra manera.

Y es agotador psicológicamente cuando ves... que no se acaba.
Apenas se ha enterrado mi último paciente, y ya tengo en la mesa de Paco otro ominoso informe de Anatomía Patológica, de Resonancia, de TAC, de algún especialista hospitalario que, desde consultas o de planta, nos cuenta que pocas alternativas de tratamiento hay para mi paciente.

Y para esto, para aprender a remangarte y empezar de nuevo, no te preparan en la facultad, ni en la residencia, ni en ningún libro, taller o curso. Te cuentan que eso existe, que le pasa a uno o una, pero aprendes haciéndolo. Sí, aprendes. Pero no te acostumbras.

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