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miércoles, 7 de agosto de 2013

Síndrome de Alienación Parental







Hace unos días una compañera y amiga marcó esta viñeta como favorita en mi Twitter. Lo que me recordó que la publiqué con la intención de no perderla, para hablar de este tema.
El síndrome de alienación parental existe desde que existe el divorcio y va íntimamente ligado a él. Consiste en el sufrimiento espiritual, mental, y los síntomas físicos añadidos que aparezcan, en caso de que ocurra, en los hijos de parejas que, en trámites de divorcio o con divorcio en firme, utilizan a sus hijos para dañar, manipular, condicionar, etc. a su pareja o ex-pareja.
Los hijos sufren eso más que el mismo divorcio. De hecho el divorcio, oído en primera persona de la boca de hijos de padres divorciados, en sí mismo en muchos casos es una liberación, es el fin de un sinfín de días oyendo gritos, discusiones, o no oyendo la frialdad y la indiferencia entre sus padres, que hace tiempo que no sólo no se aman, sino que no se soportan.
Pero cuando se convierten en el sujeto de los chantajes, de los tira y afloja entre la futura ex-pareja, entonces sí sufren. Porque se sienten presionados a elegir entre su padre y su madre, e ir con uno es ir contra el otro: darle satisfacción a uno es hacer daño de forma consciente al otro. Y no quieren, porque los hijos quieren a sus padres, a los dos, aunque no se quieran entre ellos. Porque no les gusta oir cosas feas de ninguno de ellos, y mucho menos si viene de parte del otro. No están de acuerdo, pero sienten que tampoco se pueden poner en contra.
Al final se ven rodeados de espadas, porque están entre la espada y la pared, y con la espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas. Y esa presión no se lleva bien, menos aún cuando eres un niño. Muchos adultos no tienen los recursos psicológicos para manejar eso, cuando menos lo pequeños.

Por desgracia los niños no reaccionan como el de la viñeta, ojalá fuera así. Los niños no encaran a sus padres, ni juntos ni por separado, para ponerle los puntos sobre las íes diciéndoles a lo que NO están dispuestos. Los niños se callan y sufren, no duermen bien, no comen bien, no crecen bien, no hablan bien, sacan malas notas o tienen alteraciones en la conducta, como única expresión del malestar que están sufriendo en casa porque sus padres ni saber quererse ni saber dejar de odiarse.

Claro que también se da el caso contrario, el de hijos que manipulan, chantajean, condicionan la decisión de sus padres de divorciarse cuando han decidido que su matrimonio ya no va a ninguna parte. Son menos, realmente, supongo que por eso no da lugar a un síndrome que tenga nombre propio: síndrome de alienación filial, sería, por similitud. Los hijos, intentando mantener la homeostasis, el frágil equilibrio de su casa, hacen lo posible y lo imposible para que sus padres no se separen, con el coste finalmente de la infelicidad y la frustración de sus padres, o al menos uno de ellos, el que toma la iniciativa de la separación. Muchas veces también a costa de la propia felicidad, porque al final, por mucho que intenten evitarlo, están colaborando a prolongar una agonía emocional que es perjudicial para todos.
Amenazan, o de hecho actúan, dejando de comer, dejando de estudiar, dejando de obedecer, apartando sus actividades del ámbito familiar en cuanto pueden. Y los padres, temiendo perder el amor de los hijos, renuncian o retrasan su decisión de divorciarse, obligados a mantener una pareja que no lo es, con todo lo que ello supone.
Hace poco me contaba Alba, que ya es una veinteañera, que le ha costado asimilar el divorcio de sus padres, y eso que su madre llevaba ya meses-años hablándole de ello. No ha sido sorpresa para ninguno de los tres, pero ver cómo se concreta la separación, la mudanza, ha necesitado de unas semanas de adaptación. Se le empeoró la hernia de hiato, y le ha salido una calvita en la cabeza. Pero ahora está mejor, siguen adelante sus planes de boda, y está contenta porque su madre está más feliz, hasta ha puesto unos kilos, que falta le hacían. Ha empezado a trabajar con su padre, con quien mantenía una relación bastante distante y desafectuosa, y ha descubierto que tienen más cosas en común de las que ella nunca sospechó. El acercamiento le está haciendo conocer a su padre a los veintitantos años. 
Por todo esto, el grito del niño de la viñeta va tanto para padres como para hijos: la familia no es lo mismo que el matrimonio. Se divorcian los padres, no los hijos. Si los padres no se quieren entre ellos, ambos siguen queriendo a sus hijos. Los hijos quieren y deben querer a sus padres por igual, vivan o no en la misma casa. Querer divorciarse es querer dejar de vivir con una persona, no necesariamente significa querer su mal: no es necesario dañar, perjudicar, ser injusto, abusar de las debilidades del otro. Y mucho menos utilizando a los hijos en una revancha infantil, irrespetuosa, hasta maligna. Futura ex-pareja, dedíquense a divorciarse de la forma más respetuosa posible, si no queda siquiera cordialidad, que no falte la educación. Respeten a sus hijos, que no tienen nada que ver con el divorcio. Siguen mereciendo todo su amor, tranquilidad y ayuda para adaptarse a los cambios que sobrevienen en la familia, sean grandes o pequeños. Recuerden que la familia no desaparece, es sólo el matrimonio el que se termina. Hijos de futura ex-pareja, recuerden esto mismo. La familia no desaparece porque vuestros padres se divorcien, ellos van a vivir independientes pero ambos les aman igual, y las vidas de todos van a seguir adelante de la mejor manera posible con la colaboración de todos los miembros de la familia. No deben intervenir, igual que no deben tomar partido por uno u otro. Aquí no hay un malo y un bueno (en líneas generales, nada de esto se refiere a divorcios por maltrato en la pareja).

Y por último, y no menos importante, quiero recordar a los padres-futura ex-pareja, que la Alienación Parental ES UN DELITO. Desde hace algunos años, no sólo es una actitud negativa y reprobable, sino también sancionable: es un delito incluido dentro del maltrato doméstico o de familia, que puede tener condenas, desde indemnizaciones económicas hasta la pérdida de la custodia sobre los hijos. Seamos conscientes, por querer tratar mal a la pareja o ex-pareja, se puede convertir uno en maltratador de los hijos.

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