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sábado, 27 de julio de 2013

Cuando menos es más... o el fracaso de la hiperparentalidad

La mayoría de los padres quieren lo mejor para sus hijos.
Esa es una gran verdad.
La dificultad está en saber qué es lo mejor para los hijos.

En los últimos años la corriente parece haber sido darle a los hijos de todo, en todos los aspectos. No me refiero sólo a comida, ropa, juguetes, etcétera. Me refiero a darles todo lo que pidan para que no tengan ninguna sensación de carencia, y a no llevarles la contraria para que no tengan ninguna frustración y vivan en un mundo diseñado a su medida, a darles todo tu tiempo a costa de tus necesidades como persona.

Pero sobre todo me refiero, en esta ocasión, a darles, aparte de la formación que reciben en el colegio, un horario "escolar" extendido con múltiples actividades extraescolares que mejoren su formación en todos los campos (idiomas, música, etc), la excelencia en deportes, incontables viajes para enriquecer su experiencia, campamentos temáticos, y así sucesivamente llenando el máximo posible de horas de todos los días de la infancia de los hijos.

¿Y es eso malo? Que esas cosas van a ser importantes en el futuro...
Desde luego que lo van a ser, pero padres que me leéis, dejad algo que puedan aprender más adelante. Dejad algo de autonomía. Dejad que vuestros hijos den su opinión. ¡Dejad a los hijos un poco en paz!

Y a vosotros mismos. Durante la mañana los chicos en clase y los padres en el trabajo, y por las tardes, "como puta por rastrojo" (mi amigo Pepe me explicó el origen de esa expresión, gracias Pepe, hola Pepe) en el coche llevando a uno y otro de una actividad extraescolar a otra. Los padres también merecen descanso, y encima, eso no hace mejores padres. Ni mejores hijos. Ni mejores personas a vuestros hijos.

Los niños terminan agotados. apenas han salido de clase, han comido como las balas porque si no, no llegan a Inglés, y hay que estar allí diez minutos antes para que otro hermano llegue a tiempo a su clase de flauta dulce, y cuando sale va al karate tres veces en semana, y dos a tenis. Los sábados a visitar monumentos, salvo que haya un día especial en un museo. Y encima hay que hacer los deberes. Muchas veces, supervisado o ayudado por alguno de los padres, cuando no se los hacen los padres directamente porque no les da tiempo a preparar la tarea. Eso lo he visto yo con mis propios ojos.
¡Y es que los maestros mandan mucha tarea para casa! Eso dicen. Y es verdad que a veces parece mucha tarea, pero es que con tantas horas de actividades extra, terminar los deberes roza la heroicidad.
Los niños están agotados. Y estresados. Algunas veces ni siquiera les gusta la actividad, pero nadie les ha preguntado porque eso simplemente es importante para su futuro. Pero en su futuro, cuando se hacen mayores, se sienten inseguros, no saben tomar decisiones porque ya las tomaron siempre sus padres por ellos. Se sienten frustrados por las contrariedades porque durante su infancia les allanaron todo bache en el camino. No saben hacer nada solos porque siempre lo hicieron todo bajo el ala de sus padres. Ni jugar saben solos, se aburren cuando no saben rellenar su tiempo libre. Porque no saben tener tiempo libre. Hablar inglés nivel casi-nativo, tocar tres instrumentos musicales y ser cinturón verde-marrón de judo no les da seguridad en sí mismos, ni habilidades sociales, porque de pequeños no han tenido tiempo para jugar, ganando o perdiendo con deportividad, eligen sus actividades por interés y no por satisfacción, se aburren porque no saben tener ocio.

Supermadres y superpadres del mundo: por favor, dejen un poco a los hijos en paz. Déjenles descansar, aunque tarden tres años más en hablar inglés casi-nativo, toquen un instrumento que les guste porque les gusta, manejen internet sin ser programadores informáticos o lleguen a la Primera Comunión si haber estado en el Museo de Artes y Costumbres. Casi todas esas cosas se pueden hacer durante el resto de sus vidas.

Para jugar con amigos, aprender a respetar las normas del juego, a perder sin frustrarse, a ganar sin jactarse, a entretenerse sin la necesidad de que un adulto les dedique todo su tiempo, a respetar la casa en la que viven y a las personas que les rodean, a ser flexibles y adaptarse a las circunstancias aunque no les guste, aprender a formar y dar su opinión con asertividad y respeto, a expresar sus sentimientos sin apabullar ni imponerse a toda costa...

Para eso sólo tienen la infancia.

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